Esta semana, el Instituto Nacional de Vitivinicultura aprobó a esta variedad para la elaboración de vino de calidad. Repasamos los datos centrales de su producción, qué provincias la concentran y cuál es su origen.
Esta semana se conoció, mediante una Resolución del Instituto Nacional de Vitivinicultura, que la variedad Criolla Chica pasaría a formar parte de aquellas cepas mediante las cuales se pueden elaborar vinos de calidad en Argentina.
Fue por intermedio de la Resolución Nº 30 de 2024, firmada por el organismo, que destacó las investigaciones que se llevaron a cabo la Dirección de Estudios y Desarrollo Vitivinícola, mediante las cuales se determinó que la composición natural polifenólica antociánica de la uva y el uso de las prácticas enológicas autorizadas puede facilitar el desarrollo de vinos de calidad.
La uva originariamente conocida como Listán Prieto se utilizó tradicionalmente para la elaboración de vinos genéricos. Sin embargo, la posibilidad de certificar su calidad facilitará su reconocimiento no solo en la industria local sino también en el plano internacional, generalmente ávido de lo autóctono de cada terroir. De hecho, varias bodegas ya vienen experimentando con este cepaje y algunos vinos ya están posicionados en el mercado.
En este contexto, el Instituto Nacional de Vitivinicultura publicó el informe técnico provisorio acerca de la cosecha y elaboración de vinos y mostos en este 2024, el cual reflejó el rendimiento de cada tipo de cepa de manera independiente.
De estos datos se desprende que la Criolla Chica tuvo un rendimiento de 13.663 quintales a lo largo del 2024, lo que representa una caída del 12% con respecto al volumen cosechado y elaborado en el 2023, cuando fueron 15.507 quintales.
Su representación en el agro vitícola es muy escasa y apenas supera el 0,1% del total cosechado en el país. Está claro, siempre en el marco de lo registrado por el organismo, lo cual es un dato a tener en cuenta si se considera que se trata de una uva muy antigua que suele tener presencia en zonas vitivinícolas, aún luego de que éstas se urbanicen. Es decir, suele aparecer en los jardines de casas antiguas o en zonas productivas no registradas.
En comparativa, por ejemplo, la Criolla Grande (también conocida como Sanjuanina) que históricamente fue utilizada también para este tipo de vinos genéricos y para la elaboración de mostos, tuvo un rendimiento de 1.643.034 quintales. De hecho, sufrió un incremento del 67% con respecto al año anterior. Representa el 9% de la cosecha del país.
Ni hablar del rendimiento de la cepa Cereza, la otra que compone el trinomio (junto a las otras dos) de las variedades que comúnmente se denominan «criollas» por la antigüedad de su cultivo en Argentina. Se cosecharon y elaboraron 3.352.657 quintales, incrementando un 32% su producción. Representa el 18% de la cosecha total de uvas y es la que más se produce después de la cepa emblema: el Malbec.
Regresando la criolla chica, de ella se sabe que tiene origen en Canarias, España y fue una de las primeras en llegar a estas tierras aproximadamente en el siglo XVI. De esas primeras vides empezaron a surgir mutaciones genéticas que derivaron en otros tipos de cepas.
Según el informe del 2023, hubo producción de criolla chica en Mendoza, San Juan, La Rioja, Salta, Catamarca, Tucumán y Jujuy. Todas estas provincias contarán ahora con la posibilidad de agregar valor a sus vides más antiguas y posicionar en el mercado un producto con historia y futuro.
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